Gustavo Cerati: Cuando la música pasa a ser poesía
- revistadigitalmyst
- 14 jun
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Por Magdalena Cueto
Como chilena, toda mi vida escuché hablar de la banda argentina Soda Stereo. Nunca faltaba el sonido de Música Ligera o Persiana Americana de fondo en los malls, cumpleaños, radios o reuniones familiares. Crecí rodeada de su música, pero sin prestarle verdadera atención. Fue recién a los 25 años que una expareja me mostró en Spotify la canción Corazón Delator. Yo ya conocía el cuento de Edgar Allan Poe que le daba título, pero nunca la había escuchado en forma de canción. La conexión fue inmediata. No por la referencia literaria en sí, que ya me era familiar, sino por la manera en que Gustavo Cerati la había transformado en algo completamente nuevo.
El sonido de la guitarra era hipnótico, delicado, casi etéreo. La canción narraba no solo la historia de Poe, sino también algo mucho más humano y cotidiano: esa sensación universal de enamorarse, de sentir cómo el cuerpo, termina delatando lo que el corazón calla. Cerati no se limitaba a adaptar un cuento; lo expandía, lo resignificaba, lo convertía en una experiencia emocional.
Versos como "un suave látigo, una premonición", "dibujan llagas en las manos", "un dulce pálpito, la clave íntima", "se van cayendo de mis labios", son imágenes cargadas de sensualidad, de misterio, de esa tensión entre el deseo y el temor de ser descubierto. Gustavo Cerati lograba condensar en pocas líneas el vértigo del amor y la vulnerabilidad que implica entregarse.
Después de maravillarme con Corazón Delator, mi padre me habló de Signos, que también pertenecía a Soda Stereo. Esta canción mantenía ese aura enigmática, aunque aquí la letra se sumergía aún más en metáforas herméticas y sugerentes: "Me amas a oscuras, duermes envuelta en redes", "Signos, mi parte insegura", "bajo una luna hostil". A su vez, aparecían otras imágenes cargadas de sensualidad explícita: "Si algo cedes, calmaré tu histeria; con los dientes, rasgaré tus medias".
En esas letras ya se intuía el germen del poeta que luego, en su carrera solista, terminaría de desplegar una lírica aún más madura, introspectiva y sofisticada.
Después de cerrar mi etapa de escuchar una y otra vez Signos y Corazón Delator, di el salto directo a su discografía como solista, comenzando (por recomendación) con Bocanada. Así fue como descubrí joyas como Raíz, Verbo Carne, Perdonar es divino, Bocanada y Tabú. Cada canción era un universo emocional propio. Y mientras las escuchaba en el metro, en la micro o en el trabajo, no podía dejar de preguntarme: “¿Esto lo escribió todo él?”. Y sí, lo había escrito todo él. Gustavo era compositor, letrista y, por sobre todo, un poeta contemporáneo lleno de pasión.
Porque sus letras no eran simples canciones. Eran poesía en estado puro: metáforas cargadas de imágenes sensoriales, juegos de palabras sutiles, emociones encapsuladas en versos que resisten el paso del tiempo. La genialidad de Cerati no radicaba solo en su música, sino en su capacidad de escribir letras que se sienten íntimas.
Escuchar a Cerati es, al final, leer poesía con los oídos.
A recomendación mía, para quienes quieran indagar más en el lado poético de Gustavo Cerati, los invito a escuchar las siguientes canciones y fijarse en las letras (no importa el orden):
Corazón Delator
Signos
Té para tres
En la ciudad de la furia
Ella usó mi cabeza como un revólver
El rito
En el borde
Canción animal
Amor amarillo
Bocanada
Tabú
Verbo Carne
Vivo
Lago en el cielo
Cactus
Nací para esto
Pulsar
Lisa
Al fin sucede